Salí de casa mientras comprobaba que llevaba lo esencial: móvil, llaves y los documentos. Caminé a lo largo del pueblo saludando a las vecinas que charlaban animadamente con su tono de cacatúa tirando a loro. Una vez pasadas se hizo un gran silencio. Lo supe. Estaban hablando de mí. Tanto tiempo sin verme, desde que llevo coche, seguramente daría lugar a la prórroga de la charla que mantenían. A pesar de que ya pasaban las 8 de la tarde les costaba volver a sus casas, en verano siempre.
Continué bajando las cuestas mientras pensaba ya en el regreso, se me estaba haciendo pesado pensar que luego tendría que subirlas. Enseguida ya estaba en llano, cruzando Ataulfo Argenta empecé a sentir nostalgia. Descubrí que ya había gente habitando el nuevo bloque de pisos que habían construido en la plaza de la hoguera, una pequeña explanada de tierra que se usaba para aparcar coches y para hacer la hoguera de san Juan. Estaba considerado como lugar peligroso, por el callejón al que daba acceso y que normalmente frecuentaban drogadictos y parejas "sin más recursos".De repente, al dar la vuelta a la esquina, viajé 15 años en el pasado. Lo pude ver claramente. Los niños con sus chandales del mercadillo sucios jugando a las canicas. Habían hecho un circuito con tiza blanca, en realidad yeso cogido de algunos escombros que se amontonaban en la explanada de tierra de la hoguera. Mientras, las niñas patinaban haciendo círculos alrededor de los jardines que ocupaban todo el patio interior de los pisos. El sonido era un mezcla de risas infantiles con el canto de los periquitos y canarios que se exponían con orgullo en las ventanas de los pobres obreros.
Llegué al portal número 6, y allí estaba yo con otras niñas de mi edad, las más pequeñas de la plaza Santa Barbara, conocida como "la barriada". Teníamos todo nuestro arsenal de "cacharretes" repartidos por toda la acera. Lola se quejaba desde el segundo piso: - "¡La acera no es para jugar!¡Es para que pase la gente!"- . Ni caso...la "plazoleta" era muy grande, nos vamos a la otra acera.
Piqué en el timbre de la vecina de enfrente, ahora el cuarto derecha que tantos recuerdos alberga esta ocupado por una pareja joven que viene de vez en cuando de Madrid para visitar a su familia. Subí las escaleras comprobando los cambios, todo bien pintando y con cristales de PVC. Cuando llegué al último piso introduje por debajo de la puerta la factura de la luz que deben "los madrileños"" y dí la vuelta.
Al volver a salir del portal la "barriada" que era muy grande, se había vuelto pequeña, y vacía. No había niños, ni circuitos pintados con tiza, ni el sonido de los pájaros en las ventanas. Era muy grande la "barriada", pero aquel día me pareció la más pequeña del mundo y la más vacía cuando volví de mi viaje. Con la depresión post-vacional correspondiente caminé de vuelta hacia las cuestas que suben a mi barrio.
2 comentarios:
Bellos recuerdos del pasado!, lo sencillo que vivimos y tenía tanta importancia para nosotros, ahora al trascurrir el tiempo, queda en anécdotas...pero es bello recordarlo aunque se ve más pequeño, diferente.
Puede servir para enfocar los problemas diarios que dimensionamos y luego pasa algun tiempo y nos da la risa la importancia que le dimos aquel día...besinos Loreto
que bonito es recordar la infancia de una!!
un besoo
me encanta viajar, asi q me encanta tu blog :)
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